jueves, noviembre 27, 2008

Relaciones comerciales Asia Pacífico durante el Perú colonial: una brevísima revisión histórica

Escribe: U. Nikolai Alva


En estas fechas, hablar de las grandes posibilidades que depararía un mayor comercio entre los países ribereños del Pacífico está muy en boga. Asimismo, por haber sido el Perú sede de una serie de importantes eventos APEC, es muy probable que usted, estimado lector, esté más que cansado del reiterado bombardeo de artículos sobre el sinfín de ventajas de una mayor integración comercial en la citada región: pareciera que recién descubriésemos que tenemos a Asia y a Oceanía frente a nuestras costas.

Por ello, y tratando de no caer en tópicos comunes, es que nosotros creemos que resulta pertinente recordar que el interés comercial en dicha región y los vínculos generados vienen de muy larga data. Nos remontamos a explorar las relaciones comerciales Perú- Asia Pacífico desde tiempos de la Colonia, llevándonos algunas sorpresas.

Huelga decirlo; pero si ahora China es una de las estrellas económicas en ciernes, durante el siglo XVI era sin lugar a dudas la primera potencia mundial, tanto en el ámbito cultural como en el económico. Así, tenemos que inventos técnicos que transformaron a Occidente durante los siglos XV (como la imprenta) y XVIII (como la máquina de vapor y telares automáticos) ya eran conocidos en China desde hace mucho tiempo. Recordemos que la expedición de Colón, cuyo objetivo era llegar a Catay (China), Cipango (Japón) e India, no tenía como finalidad –en primera instancia– la conquista de dichos países, sino el establecimiento de relaciones comerciales más rápidas y directas para las valiosas especias y manufacturas producidas en ellos. Por otro lado, dada la aplastante superioridad de China, la conquista de esta por parte de Occidente era, aunque apetecible, absolutamente inviable.

Tras comprender que el Nuevo Mundo (América) no era una dependencia remota del gran Khan Chino, Occidente siguió en su carrera por apropiarse del comercio con Asia, siendo la base para ello, por cuestiones geográfica obvias, en el caso de la Corona Castellana, sus dominios recientemente incorporados en la costa del Pacífico: Perú y México.

Desde el virreinato del Perú se exploraron los diversos territorios del Pacífico Sur. Sin embargo, para desconsuelo de los ávidos emprendedores, esas tierras carecían de productos que les resulten de interés para comerciar y tenían una escasa población, y sumamente dispersa, por lo que no resultaba atractiva ni siquiera para esclavizar. Por ello, muchos de estos dominios, tras ser pomposamente bautizados y declarados bajo soberanía hispana, fueron en la práctica abandonados.

Desde el Virreinato de Nueva España (México) partieron las expediciones ‘comerciales’ hacia el Pacífico noroccidental, las cuales llegaron incluso a las codiciadas Molucas (Indonesia), pero estas ya estaban dominadas por compañías comerciales portuguesas y holandesas. Por ello, las expediciones castellanas se vieron limitadas al archipiélago de de las Filipinas. Si bien en un inicio no les fue muy apetecible, ante la imposibilidad de llegar directamente a China o la India, debieron conformarse y, dado que los filipinos no estaban lo suficientemente organizados para ofrecer una eficaz resistencia armada, procedieron a su conquista.

Aunque Magallanes fue el primero en llegar a las Filipinas y Legazpi el primero en ocuparla, solo fue gracias al agustino Andrés de Urdaneta, quien en 1565 encuentra la ruta de regreso desde Filipinas a México (corrientes marinas favorables que permitían un relativamente rápido viaje), que se inaugura el comercio entre Asia y el Pacifico. Desde entonces, todos los años partía desde Acapulco con destino a Filipinas el llamado galeón de Manila (o la nao de China) repleto de plata mexicana y peruana, principalmente, con la finalidad de adquirir allí mercancías de lujo muy apreciadas en Occidente, como sedas y porcelanas de China; marfiles, diamantes y rubíes de India; alfombras y tapices de la lejana Persia; perlas y ámbar del Japón; pimienta de Sumatra; nuez moscada y otras especias de las Islas Molucas; jengibre de Malabar; alcanfor de Borneo; etcétera. En Filipinas se celebraban ferias a las que asistían barcos de variados países de Oriente, entre estos centenares de buques chinos que acudían permanentemente. Luego de un largo viaje, el galeón de Manila regresaba a Acapulco. El valioso y exótico cargamento tenía como destino México y el Perú (para compensar la plata enviada del Potosí), y lo sobrante era transportado por tierra al Atlántico (Veracruz) para de allí salir hacia España.

Debido a que en Asia la plata era muy apreciada (más valiosa que el oro), los comerciantes hispanoamericanos podían adquirir las mercancías a un precio muy favorable y así obtenían un margen de beneficio enorme (aproximadamente un 300%). Obviamente, por las inmensas ganancias, los comerciantes de México y Perú trataban de desempeñar un papel activo en ese negocio y, por cuestiones de cercanía, los primeros lo lograban más que los segundos. Sin embargo, muchas veces los peruanos disputaron dicha primacía, hombres de negocios limeños organizaron su propia flota hacia Filipinas y México. El comercio se hizo tan intenso que a España apenas llegaban mercancías, por lo cual la Corona Española impuso restricciones; no obstante, el intercambio comercial persistió en su forma ilícita. Así, el comercio en el Asia Pacifico empezó a desarrollarse dentro de los dominios hispanos en las indias occidentales, la ruta comercial de este abarcaba los actuales territorios de países como: México, Perú, Chile, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras Guatemala, Filipinas, China, Taiwán, Indonesia, Malasia, Brunei, Singapur Tailandia y Japón. La gran mayoría miembros actuales de APEC.

Ya en tiempos de la República, y gracias a la navegación a vapor, el comercio fue intenso, se establecieron consulados comerciales desde tiempos tempranos en lugares tan exóticos del Pacífico, como Hawai en 1837. La gran migración china hacia el Perú durante fines del siglo XIX no fue casualidad. El engaño que realizaron los negociantes peruanos al ofrecer condiciones laborales ventajosas a los trabajadores chinos para luego, en la práctica, reducirlos a la condición de esclavitud tampoco sería una sorpresa en estas relaciones de comercio-avasallamiento, donde el más fuerte, si nadie lo impide, abusa del más débil.

Precisamente, durante esos viajes de cacería de trabajadores, a unos comerciantes peruanos se les ocurrió la peregrina idea de que, dadas las duras condiciones laborales en las islas guaneras que hacían que muchos trabajadores chinos para desazón de sus empleadores optaran por el suicidio, se ‘reclute’ a los aborígenes de la isla de Pascua, los cuales por vivir en una isla del Pacífico suponían se adaptarían fácilmente a las islas Chincha. Además, el costo de emplearlos era mínimo, solo hacía falta pasar por la isla y encadenarlos al barco. Estos brillantes hombres de negocios ‘reclutaron’ a un tercio de la población de la isla (los que se encontraban en mejores condiciones para trabajar se entiende); luego, cuando las protestas de la comunidad internacional lograse que los isleños esclavizados fuesen devueltos a su territorio, los pocos sobrevivientes repatriados, enfermos de gérmenes occidentales para los que no tenían defensa, contagiaron a sus compatriotas, quienes en su gran mayoría murieron y la población de la isla casi se extinguió.

Los emprendimientos comerciales en la región Asia Pacífico, entre los siglos XVI y XIX, se caracterizaban por un intercambio desigual y de sometimiento, incluso a la esclavitud, a las poblaciones más débiles en pos de la maximización de utilidades. ¿Cómo se desarrollará el comercio durante el siglo XXI? ¿Será un comercio justo o se repetirán –aunque bajo otras formas– los episodios de explotación de antaño? Estemos atentos.