martes, enero 27, 2009

De la felicidad y el tedio

Escribe: Sebastián Ducas
Revista: "Punto de Equilibrio"

...Mas, entre los chacales, entre las panteras y los linces,

los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza.

¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
convertiría con gusto, a la tierra en escombro
y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

Es el tedio! - Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su hierba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡Hipócrita lector- mi prójimo- mi hermano!
Baudelaire, Las flores del mal

¿Qué hacer cuando lo dulce ya no nos endulza? ¿Cuándo el agua ya no sacia nuestra sed? ¿Cuándo los placeres más preciados ya no provocan deleite? ¿Cuándo la belleza ya no causa goce?

Es el tedio fatal que nace de todo cuanto veo, de todo cuanto oigo
La hermosura ha dejado de agradarme tus mismos ojos apenas tienen encantos para mí
Lord Byron, A Inés

Buscar nuevos placeres nuevos colores nuevas sensaciones como la esfinge de Huysmans; soñar con la desdicha, para así al menos desperezarse, peregrinar escapándose de uno mismo tal Childe Harold.


Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
... Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Cavafis, La ciudad



¿Qué hacer? El suicidio es una liberación para quienes esperan una vida después de la muerte o para quienes padecen demasiados sufrimientos; sin embargo, no es útil para las almas enfermas de hastío existencial, no para los Louis de Pointe du Lac, abrumados para gozar de la vida pero no lo suficiente para abandonarla.

Incluso, si pensáramos en aquellos enfermos de hastío como rara avis, excéntricos, o libertinos disolutos que tienen su merecido castigo por haber bebido con desenfreno de la copa de la vida, y tomásemos la perspectiva del hombre ordinario, veremos que está condenado al sufrimiento. Al partir de la creencia que tenemos deseos ilimitados y medios para satisfacerlos finitos, por más que se busque formas ingeniosas de asignar recursos, todo mortal está condenado a la frustración que provoca el deseo. He allí que aparece la voz de Sidartha Gautama imprecándonos con encanto hacia la renuncia, que si no es un camino para hallar la felicidad, al menos, sí lo es para huir del dolor.


Mas entre tanta oscuridad hay una visión alentadora: para Epicuro, la felicidad, entendida en el sentido homérico, sí es posible y factible, bastaría con pocas cosas: saciedad alimentaria, el amor erótico y el olvido de las inquietudes que aportan la poesía, determinadas artes y ciertas sustancias misteriosas –¿el icor (iχώρ) de los dioses?–.

Finalmente, y con ello concluimos este brevísimo collage textual, quizá la única solución sea la del cínico Lord Henry Wooton: “curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos mediante el alma”. Eso es todo, a eso se reduce la vida.