domingo, setiembre 30, 2007

La maldición del vampiro

Sábado por la mañana, sensaciones un poco difusas recuerdos alterados y un suave aletargamiento que acaricia el cuerpo, a lo mucho quisiera recostarse en el triclinio que mandó fabricar, copia fiel de un original del periodo ático, y una más de sus excentricidades. Contemplar el cielo beber aguamiel a falta de ambrosía, o algo de té a falta de ambos.

Pero los dioses son crueles y envidian que se recree en sencillos placeres, probablemente Artemisa, Palas o alguna salvaje deidad frigia lo castigan haciéndole recobrar algunos recuerdos, pero solo la parte suficiente para impedir el deleite. Recuerda unos labios, sumamente finos, no era su estilo predilecto, pero la suavidad del tacto y la mirada mágica compensaban ello con creces. Además, el tener la plasticidad suficiente para contemplar la armonía desde un plano superior, le permitían apreciar mejor las delicias que podían ofrecer sus amantes, el recuerdo era bello probablemente de la noche anterior, pero las malvadas diosas se aseguraron que no recuerde más, aunque signifique poco, no se acordaba ni siquiera el nombre de quien le proporcionó tan bellos recuerdos. Se consuela de una manera un tanto pueril: probablemente el azar le permita volver a verla, los dioses se encargarán precisamente de que ocurra todo lo contrario.

Así cuando su alegre molicie se ve mortificada con leve melancolía, potencias más funestas empiezan su ataque, despiertan en él intensos deseos, con un vigor tan extremo que no podrían ser saciados de un modo natural, no es que sea un ser abyecto, pero requiere de una muy compleja mezcla de sensaciones y circunstancias para hallar algo de paz aunque sea por algunos instantes, tiene un corazón muy tierno, siempre siente afecto por sus amantes, pero sea por una maldición gitana como le gusta creer, o por una vida llena de vicios y excesos como dice su terapeuta, no puede encontrar goce por más que sienta amor, por lo que todas las noches debe salir, y no en busca de placer, sino para calmar sus vicios que lo torturan desde que tiene uso de razón...

Sebastián Ducas

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