viernes, agosto 21, 2009

¿Y ahora qué?: reflexiones en medio de la crisis

U. Nikolai Alva Ponce

«Que los tiempos de crisis son tiempos de grandes oportunidades […]», se ha convertido –a pesar de tener mucho de cierto– en un insufrible cliché, fastidioso tanto por la ridiculez que causa su reiteración vana, como por lo sarcástico que resultaría para un empresario en quiebra o una familia en la inopia decirles que están ad portas de grandes posibilidades. Ciertamente, sería demasiado optimista la fe ciega a la frase citada; empero, es en los momentos de grandes dificultades cuando las sociedades impelidas por la necesidad generan grandes transformaciones para solucionar los problemas que la apremian. Por ejemplo, fue tras la crisis del petróleo de los años 1970 que se desarrollaron tecnologías más eficientes en el uso de energía o fue tras corroborar los terribles daños que la contaminación producía en zonas industriales, que empezó el interés por el cuidado del medioambiente; asimismo, fue tras la debacle de Wall Street en 1929 y la crisis mundial ocasionada por esta, que el gran Keynes desarrolló un enfoque revolucionario en la teoría económica. Del mismo modo, es en estos tiempos de crisis que podemos reflexionar sobre la robustez del modelo económico en el que estamos enrumbados.

Desde luego, el tema es demasiado vasto y complejo para tan exiguo espacio, por lo que nos contentaremos con esbozar las preguntas fundamentales y quizá ensayar alguna respuesta. Empezamos con la inevitable pregunta: ¿por qué ocurrió la crisis?, luego, ¿puede evitarse en el futuro? Y, por último, ¿cómo superarla?

Sobre las causa del estallido de la crisis, los factores desencadenantes son ya ampliamente conocidos: fueron los créditos hipotecarios carentes de garantías apropiadas que se generaron en el mercado hipotecario estadounidense, pero ¿quiénes son los culpables? Si mucho antes del colapso bursátil del 9 de agosto de 2007 ya era sabido que el sector hipotecario hacía agua, ¿por qué las innumerables empresas afectadas no pusieron antes sus fondos bajo mayor resguardo? ¿Por qué los entes reguladores y los gobiernos, en lugar de actuar tan tardíamente mediante rescates financieros costosísimos y de resultados tan precarios, no procedieron antes? Podríamos responder que la culpa recae en los agentes financieros, a quienes, mientras podían obtener ganancia, no les importaba que todo el sistema hipotecario se carcomiese. Sin embargo, esa explicación es tan solo parcial, ya que no podemos comprender porqué dichos agentes pasaron de la codicia a la temeridad (siguieron con sus operaciones financieras e hipotecarias, a pesar del peligro en ciernes) y, de esta, a la ineptitud (algunos, incluso, persistieron en operaciones absurdas cuando la crisis ya había estallado).

Con relación a si crisis similares pueden evitarse en el futuro, la respuesta es casi un sí. Es decir, mientras por un lado tenemos a los pesimistas que al igual que Thomas Carlyle piensan «que la economía es una ciencia sombría y el futuro está plagado de crisis severas»; nosotros creemos que, a pesar de las características intrínsecas del ciclo económico, el cual genera momentos de auge y de caída, dichas fluctuaciones económicas pueden ser disminuidas y tal vez hasta contenidas. Todos recordamos las crisis; sin embargo, por el contrario, no podemos decir a ciencia cierta cuándo estas fueron salvadas. Y la respuesta no es un sí completo porque tenemos ejemplos, como la crisis presente, donde, pese a saber con anticipación su advenimiento, cegados quizá por los célebres animal spirits, de los cuales hablaba Keynes, ignoramos torpemente el peligro.

Y, por último, sobre cómo superar la crisis… Así como la especulación desplazó ingentes fondos desde proyectos rentables al ruinoso mercado hipotecario norteamericano, ahora, aunque en crisis, dicha falencia se habría corregido. Los hombres de negocios, en general, tendrán (al menos en el corto plazo) un poco más de prudencia al momento de realizar sus inversiones. Muchos empresarios peruanos, en particular, luego de percibir lo vulnerable que es dedicarse a la exportación de materias primas, aumentarán la sofisticación de sus productos, diversificarán sus mercados e incluso incrementarán sus intereses en el mercado interno. Por su parte, el Estado, consciente de las severas inestabilidades que provoca el descontento social, ahondará esfuerzos en sus políticas de desarrollo de infraestructura, educación y lucha contra la pobreza. Naturalmente, lo descrito en este párrafo es excesivamente optimista; pero ¿acaso no es factible?


Punto de Equilibrio, Lima Julio de 2009

miércoles, mayo 06, 2009

El año del TLC y de la crisis

U. Nikolai Alva

Resulta interesante examinar la evolución de las actitudes respecto de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre el Perú y los Estados Unidos. Podemos dividir dicha evolución en tres fases fundamentales: la primera, al empezar las negociaciones, en donde la mayoría de los líderes políticos de ambos países se mostraron favorables a la firma; aunque no se había logrado el consenso, dicho tratado fue suscrito. En una segunda fase, quizá merced a una intensa campaña mediática, la idea de un TLC no solo fue percibida como algo favorable sino como algo que brindaría inconmensurables beneficios. Y, una última fase, la actual: en un contexto económico sombrío signado por la crisis estadounidense, cuyos efectos ya están afectando negativamente y en gran cuantía al orbe, el optimismo anterior podría abandonarse y las simpatías hacia este TLC revertirse.

Hasta hace unos años, tanto para el Perú como para sus principales socios comerciales, las variables macroeconómicas lucían regularmente propicias en general, y especialmente favorables para el Perú en particular. Sin embargo, en el actual contexto tan desalentador, nuestro país no podría ser una excepción, una isla de crecimiento económico y prosperidad. Desde luego, existen una serie de variables favorables como una relativamente baja inflación (menor que el promedio de América Latina) y un crecimiento continuo de las exportaciones, pero por ser una economía pequeña, la contracción de la demanda internacional nos afectaría seriamente. Aunque la evolución del PBI durante el año 2008 siguió una tendencia de crecimiento económico alta –el crecimiento anual de la producción fue de 9,84% con relación al año 2007 y representa la tasa más alta en los últimos 14 años, según el INEI–. Ya se vislumbra una caída, de una magnitud relativamente pequeña, por los rezagos en la transmisión de la crisis; como pronostica el World Economic Outlook último: “No hay indicios de recuperación y cuando ésta ocurra es muy probable que sea muy lenta”.

Extrapolando lo acontecido tras crisis mundiales anteriores, se espera que los países industrializados se vuelvan más proteccionistas, por lo que podría pensarse que el TLC resulta muy oportuno: aseguraría acceso a mercados que podrían empezar a cerrar sus puertas a las exportaciones de países que no tuvieron el ‘acierto’ de firmar un TLC; podría especularse que Obama, quien se ha manifestado en contra de los TLC firmados por los Estados Unidos con Colombia y Centroamérica, pensase en una renegociación con el Perú (véase el artículo de Quiliconi en la presente edición). Asimismo, al sufrir los Estados Unidos los vapuleos de la recesión, la demanda de exportaciones disminuiría significativamente. Por ese motivo, no son pocos los políticos y analistas que ante la retracción de la demanda estadounidense están a favor de firmar un TLC con cualquier país que se pueda, para así compensar la pérdida. Quizá por ello algunos observan con anhelo un TLC con China, esperando que esta, que ha venido creciendo a tasas muy altas, ocupe el lugar de los Estados Unidos, reemplazándolo tanto en el liderazgo como en la cuantía de la demanda mundial. Sin embargo, se olvidan de que China es una economía tan vulnerable a la crisis como todas las demás, en especial porque su estructura exportadora depende mucho de la demanda estadounidense.

Finalmente, en lugar de culminar el texto con conclusiones, nos despedimos con las preguntas: ¿Tiene sentido discutir los beneficios o los perjuicios de un TLC ya firmado y vigente? ¿Es el TLC un hecho irreversible?


Punto de Equilibrio, Lima Marzo de 2009


martes, enero 27, 2009

De la felicidad y el tedio

Escribe: Sebastián Ducas
Revista: "Punto de Equilibrio"

...Mas, entre los chacales, entre las panteras y los linces,

los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza.

¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
convertiría con gusto, a la tierra en escombro
y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

Es el tedio! - Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su hierba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡Hipócrita lector- mi prójimo- mi hermano!
Baudelaire, Las flores del mal

¿Qué hacer cuando lo dulce ya no nos endulza? ¿Cuándo el agua ya no sacia nuestra sed? ¿Cuándo los placeres más preciados ya no provocan deleite? ¿Cuándo la belleza ya no causa goce?

Es el tedio fatal que nace de todo cuanto veo, de todo cuanto oigo
La hermosura ha dejado de agradarme tus mismos ojos apenas tienen encantos para mí
Lord Byron, A Inés

Buscar nuevos placeres nuevos colores nuevas sensaciones como la esfinge de Huysmans; soñar con la desdicha, para así al menos desperezarse, peregrinar escapándose de uno mismo tal Childe Harold.


Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
... Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Cavafis, La ciudad



¿Qué hacer? El suicidio es una liberación para quienes esperan una vida después de la muerte o para quienes padecen demasiados sufrimientos; sin embargo, no es útil para las almas enfermas de hastío existencial, no para los Louis de Pointe du Lac, abrumados para gozar de la vida pero no lo suficiente para abandonarla.

Incluso, si pensáramos en aquellos enfermos de hastío como rara avis, excéntricos, o libertinos disolutos que tienen su merecido castigo por haber bebido con desenfreno de la copa de la vida, y tomásemos la perspectiva del hombre ordinario, veremos que está condenado al sufrimiento. Al partir de la creencia que tenemos deseos ilimitados y medios para satisfacerlos finitos, por más que se busque formas ingeniosas de asignar recursos, todo mortal está condenado a la frustración que provoca el deseo. He allí que aparece la voz de Sidartha Gautama imprecándonos con encanto hacia la renuncia, que si no es un camino para hallar la felicidad, al menos, sí lo es para huir del dolor.


Mas entre tanta oscuridad hay una visión alentadora: para Epicuro, la felicidad, entendida en el sentido homérico, sí es posible y factible, bastaría con pocas cosas: saciedad alimentaria, el amor erótico y el olvido de las inquietudes que aportan la poesía, determinadas artes y ciertas sustancias misteriosas –¿el icor (iχώρ) de los dioses?–.

Finalmente, y con ello concluimos este brevísimo collage textual, quizá la única solución sea la del cínico Lord Henry Wooton: “curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos mediante el alma”. Eso es todo, a eso se reduce la vida.